Uma poesia do poeta cubano Isbel Diaz Torres:
TOCAR
Yo que nunca aprendí a tocar guitarra,
y tenía las uñas largas, de gran concertista,
de trasvesti en resaca tremolante,
uñas largas para el Aria de Bach
sonando como un nintendo desafinado,
como una mezzo en su última presentación,
Yo, que nunca aprendí a tocar guitarra,
y hacía vibratos con el tubo del ómnibus,
como si la guitarra fuera en realidad un cello,
un clítoris que lograba potenciales de accción bajo mis yemas,
el timbre de la puerta que suena en el espamo imprevisto.
Yo nunca aprendí.
Yo cargaba con mi instrumento
como quien tiende una playa ante los otros,
y los invita a sentarse, a tomarse un jugo de mango,
los invita
a escuchar a Mozart, o Haydn, o teleman...
pero no había música más que en mi impúber mosquitero,
en las gasas por donde me escapaba.
Caminaba por 250, doblaba en 27, y
el tema entraba en las cuerdas graves,
como al final de Aranjuez (segundo movimiento, el que se sabe la gente...)
el tema entraba, bien marcado, bien lento,
y yo me preguntaba si serían blancas,
o un ritardando,
o una metástasis que ahoga al guitarrista que nunca seré.
Yo, que nunca aprendí,
miraba la música como quien mira un animal triste,
de ojos redondos,
un animal sin barcos, sin alfiles listos, sin luz;
y por entre sus toldos veía un vapor, su ascenso lunático
que me perdonaba la envidia,
me perdonaba mi ausencia de los tálamos fundadores,
mi ausencia de la audacia y las escalas cromáticas,
de Darius Milhaud, y Mozart, y de mi propio jugo de mango...
mi ausencia de la esquina de Aranjuez y de los premios,
yo, que nunca logré afinar la prima,
que nunca aprendí a tocar guitarra.