Apunte para un recado de viaje
Si empezara con cualquier línea, si empezara.
Diría que al marcharte en el lomo de aquel amanecer
escapabas de las húmedas manos de la noche,
del latir del arroyo en franco celo, su deseo indiscreto de mirarte.
Quizá debas saber que aunque te vayas,
las tardes de ese abril bajo el sordo sonido de la lluvia
y su galope de animal azabache que hacía tañer los cascos en el lodo,
el aroma de limonarios y naranjos y tu voz de relámpago en los cerros,
son las cosas privadas que ahora quedan,
al custodio de niños aprendices del arte de guardar siempre silencio.
Te podrás ocultar a la mirada, y al tacto –puede ser–
de esta necia manera de buscarte
entre caminos, ríos, incluso en el rumor del puerto más cercano,
pero el tiempo que es nuestro, y es moneda corriente de navíos,
te ha de sacar a flote como la imagen oculta entre los libros,
la línea, la palabra, la soledad con que quiso iniciar este recado.
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